15 de octubre de 2014

La Técnica de la Tortuga: Para el Control de Impulsos y Emociones



En muchas ocasiones se hace uso de estrategias e información de otros profesionales para nuestro propio trabajo. Sin duda, el utilizar conocimientos de otras personas dice mucho de su buen trabajo, citarlos es la mejor manera de seguir agradeciendo todo el material que nos facilita el día a día.

Hoy rescato una técnica, de la cual entraré en detalle a continuación, que me ha recordado a una gran amiga maestra de audición y lenguaje. Desde aquí la animo a que siga presentando su gran trabajo de revisión, donde creo recordar se encontraba ésta práctica.

“La técnica de la tortuga” es una técnica ideada por Schneider y Robin que pretende, a través de una analogía con la tortuga, enseñar al niño a replegarse en un caparazón imaginario cuando no sea capaz de controlar sus impulsos y emociones ante estímulos ambientales.


Esta técnica, dirigida a niños desde preescolar hasta segundo curso de Primaria, tiene como objetivo favorecer el autocontrol y la relajación ante situaciones estresantes o que le generan rabia.

La relajación es incompatible con la tensión muscular (necesaria para una conducta disruptiva) por lo tanto disminuye la probabilidad de que la conducta no deseada ocurra.

Frente a una situación potencialmente estresante, el profesional que enseña la técnica, dice la palabra “tortuga” (o en niños más mayores, podemos cambiar la palabra por “stop”), el niño adopta una posición previamente entrenada, imitando a una tortuga introduciéndose en su caparazón: barbilla al pecho, mirada al suelo, brazos y puño cerrados y en tensión, estirados a lo largo del cuerpo. Contará hasta 10 y posteriormente relajará de nuevo todos sus músculos.



Para introducir a los niños en esta técnica lo podemos hacer con el siguiente cuento:

“En una época remota vivía una tortuga joven y elegante. Tenía seis años de edad, y justo entonces, había comenzado la enseñanza primaria. Se llamaba Tortuguita. A Tortuguita no le gustaba acudir a la escuela. Prefería estar en casa con su mamá y su hermanito. No quería estudiar los libros del colegio ni aprender nada; sólo anhelaba correr mucho y jugar con sus amiguitos, o pintar su cuaderno de dibujo con lápices de colores. Era muy pesado intentar escribir las letras o copiarlas del encerado. Sólo le agradaba retozar y reírse con sus compañeritos –y pelearse con ellos también-. No le daba la gana de colaborar con los demás. No le interesaba escuchar a su maestra ni detener esos sonidos maravillosos, como de bomba contra incendios zumbando con estrépito, que acostumbraba a hacer con la boca. Era muy arduo para ella recordar que no debía pegarse ni meter ruido. Y resultaba muy difícil no volverse loco delante de todas las cosas que ella hacía como si lo estuviese ya de verdad.

Cada día, en su camino hasta la escuela, se decía a sí misma que iba a esforzarse en todo lo posible para no incurrir en jaleos durante esa jornada. Sin embargo, a pesar de ello, siempre enfurecía a alguno cotidianamente y se peleaba con él, o perdía la razón porque cometía errores y empezaba a romper en pedazos todos sus papeles.  Se encontraba así metida constantemente en dificultades, y sólo necesitaba unas pocas semanas para estar hastiada por completo del colegio.  Empezó a pensar que era una tortuga “mala”. Estuvo dándole vueltas a esta idea durante mucho tiempo, sintiéndose mal, muy mal.

Un día, cuando se hallaba peor que nunca, se encontró con la tortuga más grande y más vieja de la ciudad.  Era una tortuga sabia, que tenía 200 años de edad y un tamaño tan enorme como una casa. Tortuguita le habló con voz muy tímida, porque estaba muy asustada. Pero la tortuga vieja era tan bondadosa como grande y estaba deseosa de ayudarle. “¡Hola!” –Dijo con su voz inmensa y rugiente- “Voy a contarte un secreto”. “¿No comprendes que tú llevas sobre ti la respuesta para los problemas que te agobian?” Tortuguita no sabía de qué le estaba hablando. “¡Tu caparazón! ¡Tu caparazón! -le gritó la tortuga sabia, y continuó exclamando­: “Para eso tienes una coraza”. Puedes esconderte en su interior siempre que comprendas que lo que te estás diciendo o lo que estás descubriendo te pone colérica. Cuando te encuentres en el interior de tu concha, eres capaz de disponer de un momento de reposo y descifrar lo que has de hacer para resolver la cuestión. Así pues, la próxima vez que te irrites, métete inmediatamente en tu caparazón”. A Tortuguita le gustó la idea, y estaba llena de avidez para probar su nuevo secreto en el colegio.  Llegó el día siguiente, y ella cometió de nuevo un error que estropeó su hoja de papel blanco y limpio. Empezó a experimentar otra vez su sentimiento de cólera y estuvo a punto de perder la compostura, cuando recordó de repente lo que le había dicho la tortuga vieja. Rápido como un parpadeo, encogió sus brazos, piernas y cabeza, y los apretó contra su cuerpo, permaneciendo quieta hasta que supo lo que precisaba hacer. Fue delicioso para ella encontrarse tan cauta y confortable dentro de su concha, donde nadie podía importunarle. Cuando salió fuera, quedó sorprendida al ver a su maestra que la miraba sonriente. Ella le dijo que se había puesto furiosa porque había cometido un error. ¡La maestra le contesto proclamando que estaba orgullosa de ella! Tortuguita continuó utilizando este secreto a lo largo de todo el resto del curso. Al recibir su cuartilla de calificaciones escolares, comprobó que era la mejor de la clase. Todos la admiraban y se preguntaban maravillados cuál sería su secreto mágico”.



Es una estrategia que podemos enseñar a utilizar de forma autónoma cuando el niño se sienta inquieto o ante situaciones que le resulten de difícil control.





Que os sea útil.

Referencias Bibliográficas:
Guía práctica para educadores. El alumno con TDAH. 
ADANA Fundación. Mayo Ediciones, 2006

Sonrisas Terapéuticas :)

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